21 octubre, 2008

9 La casa verde.

Recibió su llamado no sin extrañeza, hacía meses que no sabía de él. Señorita Quina, soy Wilfredo. La llamo para invitarla. Esta tarde a eso de las siete mi chofer pasará a recogerla. ¡Pero!, no le dio tiempo a terminar las palabras, ya había colgado. Pidió parecer a Hermelinda y ésta la animó; ¡Anda boba! total qué tienes que perder. Se arreglo discretamente. Hermelinda la ayudó a maquillarse y recogerse el pelo. A las siete en punto un hombre tocó a su puerta y se identificó como el chofer del General Vilamizar. Quédate tranquila Herme, que hoy no viene nadie para acá. Si se presenta alguna cosa, me llamas al celular. Se abrazaron y salió...

No sabría decir por donde transitó el vehículo, pero si que estuvo como veinte minutos o más rodando. Llegaron a un sitio donde había una garita y varios soldados. Era un edificio vetusto y grande. En la puerta con traje de civil ya esperaba el General. Subió al carro y dijo; ¡Señorita Quina que placer me da volverla a ver! ¿Como está usted, General? Muy feliz de reencontrarla y dirigiéndose al chofer: arranca Antonio, tu sabes donde. Fueron a un restaurante alejado de la ciudad, con un bello mirador desde donde se divisa toda Caracas. Los hicieron pasar a un reservado. El General muy atento, le dijo: Me he permitido escoger el vino y la cena, según mi gusto. Espero que a usted no la incomode. En absoluto, respondió Quina ¡ya me he dado cuenta que usted manda.¡ Jajaja.!.. Brindemos por este encuentro, le dijo él. Pasemos un momento grato y no se asuste que dentro de poco sabrá cuales son mis intenciones. Mentirías Quina, si dijeras que disfrutaste la cena. Estabas tan tensa que a duras penas lograbas pasar bocado. Decidió alivianar su sufrimiento con el vino. A los postres supo las intenciones del General, que le habló en estos términos: Querida señorita, como usted ya sabe estoy a punto de retiro. Dado mi alto rango he tenido las posibilidades de efectuar algunas inversiones en negocios no muy lícitos que digamos, especialmente con la "hermana república". Temo que al momento de retirarme y no tener las necesarias conexiones, mis inversiones puedan correr riesgo. Además factiblemente salga para una embajada. En resumen la necesito a usted para que funja de testaferro. General, ni siquiera sé que significa esa palabra, contestó Quina. El general tuvo la paciencia de explicarle y además calmar todos sus temores. Finalmente ella le dijo: Por favor déme usted unos días para pensarlo. Lo voy consultar con un gran amigo, él me podrá orientar. Me parece bien, respondió el General. Si se refiere a Pedro, es mi yerno. ¿Quién cree usted que me la propuso? Cuando llegó al apartamento estaba visiblemente agitada. ¿Qué pasó, Quina? El tipo te pidió en matrimonio, dijo Hermelinda, siempre en son de chanzas. ¡No chama, algo mucho peor! 

Las cosas se fueron desenvolviendo según lo planeado por el General y por Pedro. Quina y Hermelinda, fueron mudadas a un lujoso piso en La Castellana, a nombre de la primera. Ahora había que aparentar para poder tener. Hasta podían contar -eventualmente- con Antonio el chofer. La relación con Pedro se mantuvo en términos puramente legales. Quina sabía que siempre contaría con su incondicional amistad, como se lo demostró en reiteradas ocasiones. Se hizo habitual en el nuevo apartamento, la realización de cenas, fiestas y francachelas para los invitados extranjeros que venían esporádicamente a cerrar negocios con el General. Si en su gusto estaba, Quina y su amiga podían pernoctar libremente con cualquiera de ellos que fuera de su agrado. Así, se fue ampliando su círculo de relaciones con la crema y nata del régimen de turno. La ocurrente de Hermelinda, le dijo una mañana que estaban tomando café en la cocina -trasnochadas de la fiesta anterior- sólo falta que vengan los curas.

continúa...

No hay comentarios: