06 diciembre, 2007

Luz de luna




Noche calurosa en el llano infinito, sólo el ruido de las chicharras acompaña el vaivén de la hamaca donde cansada y a medio vestir la india está adormilada. Una que otra luciérnaga parpadea, tratando de iluminar la negrura que envuelve la mansión solariega y ella allí a su cuidado, mientras los habitantes en tropel se mudaron a la capital.

¿Que hacer mientras tanto? Descansar del trajín ocasionado por la partida. Aprovecha ese bien ganado descanso... Cuelga la hamaca en el corredor y no en la choza. Dueña de todo: de la casa, de los animales, de la vegetación, de la inmensidad que la rodea. Tirada a través en la hamaca en el sopor que la aplasta, mira al cielo pero no logra ver las estrellas que le gustan tanto. ¡ Hoy está nublado !, dice. Ella no entiende de constelaciones, sólo le gusta verlas iluminar cuando la noche está despejada, que no es esa.

Va clareando. Llentamente se apartan las nubes. Un rayo de luz va a dar directamente a la cara de la durmiente. Se espabila. Contempla la luz azul de su visitante, allí está luminosa –solita como ella- sin nada que las perturbe. Se despereza con pausa, se incorpora. ¡Te estaba esperando!, dice. De la hamaca cae el camisón. Da unos pasos y ya está en el patio debajo de los rayos fríos que la bañan. Sensual, hechicera, revitalizada... ¿Cómo no sentirte Maria Lionza? Danzas con movimientos paganos y ancestrales al ritmo de una salmodia. En trance cae al piso, brazos y piernas abiertos. Una lluvia de luciérnagas titila a su derredor. La agitada respiración que sacude los pechos se sosiega. Está quieta, muy quieta... Sólo las gotas de sudor se mueven sobre la tersura de la cetrina piel. Semeja una estatua de cera azul. Ahora la luna, ella y la Diosa son una…


Caracas, noviembre 2005
Ilustración: Sayorama