25 agosto, 2009

Voyeurismo



Me mudé a este apartamento más que todo por la vista. Es relativamente pequeño, aún así cómodo. Desde mi ventanal veo en panorámica la bulliciosa ciudad. El barrio, los edificios, los apartamentos. Especialmente me gusta escudriñar de noche qué hace la gente en su casa. Semeja cuadros de una película de cine mudo. Por ejemplo, aquel señor que todas las tardes llega del trabajo, pasa por la panadería a comprar el pan y sube a su piso, donde indefectiblemente lo espera su mujer con la mesa lista para la cena; o las chicas de la peluquería –coquetas y bulliciosas- en la tarde al terminar sus labores van al bar-restaurante de la esquina, para tomar una copa, fumar un cigarrillo y conversar con los clientes; y el joven que tiene el kiosco de periódicos en los bajos del edificio donde habita... Es un flaco, amigo de todos en el barrio; y la dama del edificio de la otra esquina –esa construcción es una de las que más me gusta, por su estilo art decó- vive en un segundo piso, con un caniche que saca dos veces al día, para que deposite sus inmundicias en la vía por donde tocará pisar a los demás; o los tres chicos estudiantes –con pinta de extranjeros- en la buhardilla de uno de los edificios. Un hombre barre la cuadra diariamente; le toma medio día. Supongo que después se va a barrer a otra parte. ¡Es impresionante lo rutinario que somos los humanos! y con una puntualidad pasmosa. Me incluyo; fisgoneo a todos desde mi ventana en penumbra.

Repetidas veces el chico del kiosco aborda –infructuosamente- a una de las chicas de la peluquería. Regordeta ella, o mejor decir entrada en carnes, muy blanca, de pelo negro y sonrisa jovial. A mi nunca me sonríe ya que poco me la he tropezado; pero al chico del kiosco sí. Se lo pone difícil: practica el viejo truco del tira y encoge... El chico le sigue el juego con la esperanza de que alguna vez la convenza de subir al apartamento. Tanto va el cántaro al agua...

Los veo en su sala, conversan, escuchan música (supongo, porque no llego a oír). El desaparece de mi vista y regresa con dos copas y una botella de vino; brindan. Ambos dan largas al asunto: desplazan el momento, aumentan el deseo. Esa noche no pasó de allí. Me fui a dormir aburrido ya que esperaba más acción.

A la semana siguiente, casi me pierdo el espectáculo, porque me retiré momentáneamente del ventanal. Finalmente el asunto llegó a término entre la chica peluquera y el chico del kiosco. Todo sucedió de noche, en el diván de la sala –para mi beneficio- de lo contrario si se desplazan me pierdo el espectáculo. El chico parece ser ducho en el asunto, o quizá muy considerado con la chica; ¿será acaso su primera vez? La sienta en sus piernas y parsimoniosamente, con suavidad, entre besos y caricias, la va desvistiendo. Ella no participa mucho en la maniobra, pero eso no es impedimento para que el hombre continúe en su labor. Ahora está a medio vestir –en paños menores- y él desnudo completamente. Indica a la chica los pasos a seguir para que le haga una felación; ella no se opone. ¡Me desconcierto! ¿Era neófita o se hacía? Por la cara del joven lo está haciendo muy bien. Ya desnuda ella, ambos se entregan a todo tipo de juegos amatorios: arriba, abajo, de lado, a la inversa. Llega el momento de colocarse el condón; todo está adecuadamente listo para la final penetración que se lleva a término. Una coyunda ancestral que dura minutos se declara. Jadeante, reposa sobre ella. Luego la chica se incorpora, recoge sus ropas y sale de mi vista... El todavía permanece laxo en el sofá. Después de unos minutos, regresa bañada y vestida. Le alcanza una bata de baño. El se levanta y cubre. Intuyo que se despiden: se besan, la acompaña hasta la puerta y queda solo.

Las citas se suceden todos los viernes. Casi siempre se repite la misma acción: recibimiento amoroso, copas, música y sexo. La chica nunca se queda a pernoctar. Este último viernes ocurrió algo fuera de lo común: parece ser una discusión por lo airado de los gestos del muchacho. La chica también discute. Ahora ilumina sólo la lámpara de mesa del salón. El joven desaparece de mi vista, para regresar luego de un momento... La chica permanece sentada y llora. Toma a la chica por un brazo, la obliga. Ella se debate. Ambos salen de mi foco visual... Pasa el tiempo; la muchacha no ha salido del apartamento ¿Se quedaría a dormir esa noche?... ¿Sería ese el motivo de la discusión?.. Luego de dos horas -la verdad es que cabeceaba del sueño- una sombra cruzó el salón y apagó la luz... Me fui a dormir.

La mañana del sábado, ambos nos levantamos temprano: el joven y yo. Se asoma a la ventana...escudriña a todos lados. ¿Acaso notó mi presencia ? Está arreglado y lleva una maleta consigo. No veo a la chica por ninguna aparte... ¿Saldría mientras dormí? Pienso si la situación es como para reportarla a la policía. ¡Exagero! es sólo una discusión de enamorados. Además me pondría en evidencia. Mejor esperar a ver cómo se presentan las cosas…

Amanece el lunes y la rutina del barrio igual, salvo el kiosco de periódicos que está cerrado. No he visto a la chica aún. El martes el puesto de periódicos está abierto y el joven atiende a los clientes. En la tarde, salen las bulliciosas muchachas de la peluquería y van como de costumbre, al bar-restaurante. Noto que el grupo está incompleto.

Todavía no me animo a ir a la policía…

Caracas, agosto 2009
Ilustración: Dalí