21 octubre, 2008

2 Temporada de ángeles.

La comadre Teotiste ya está en el fogón preparando las arepas y colando café, cuando Joaquina se levanta. Bendición madrina, fue su saludo. ¿Dígame mijita, como están todos por allá? Ambas mujeres conversaron brevemente. La recién llegada informó de algunas de las cosas que la trajeron hasta la gran ciudad. La buena de doña Teotiste, le ofreció cobijo hasta tanto se le enderezaran sus asuntos. Al momento se presentó Otilio, quien miró a la muchacha con ojos inquisitivos. Es Joaquina, la hija del compadre Eustaquio. ¿Usted no la recuerda? dijo la madre. Un breve buenos días, fue todo lo que recibió de bienvenida. Un bullicio infantil llenó la cocina: ésta es Isabel, ésta María y Asunción la más pequeña, dijo la oronda madre. Tras un rápido desayuno, toda la familia se desperdigó por la ciudad en pos de sus quehaceres. Joaquina, no sin antes anotar en un papel la dirección y teléfono de donde se encontraba, se aventuró por las callejas de La pastora –así decía el papel que apretaba en su puño- con rumbo desconocido. En el primer quiosco que encontró compró el periódico del día para ojear los avisos económicos.

Caminando llegó hasta la avenida Baralt. Vio las vitrinas; se aturdió con el bullicio del tránsito, sorteó el paso entre los buhoneros y pensó: ¡Nunca me había imaginado que la capital fuera así de fea! Se detuvo en una farmacia donde vio un aviso: Se solicita ayudante. Entró y salió desilusionada. No cumplía los requerimientos para el puesto. A media mañana y cansada de deambular, se detuvo en una panadería a tomar un refresco. El dueño, un portugués canoso, macizo y rubicundo, inmediatamente le buscó conversación. Así se enteró que Joaquina buscaba ocupación. Para su buena suerte, Joao que así se llama el portugués, le dijo que su paisano Luis tiene una cafetería-arepera y anda buscando una persona para ayudar en las mesas. Entregó las señas a Joaquina y esta se dirigió al lugar indicado. Preguntando, aquí y allá llegó a la cafetería "Las más sabrosas arepas", un lugar amplio, con grandes ventanales que dan a la vía: hay seis mesas, colocadas estratégicamente y un largo mostrador donde se exhibe gran variedad de platos. Detrás de ese mostrador se encontraba Luis. Después de conversar, Joaquina quedó contratada como mesonera. Comienzas mañana mismo, le dijo el dueño. Llegó con la buena nueva a la casa. Esa tarde, conversó con Otilio. Los recuerdos de la infancia común mellaron cualquier desconfianza entre ellos. Pasaron las semanas y Joaquina estaba adaptada, a gusto en su trabajo y feliz en el pequeñísimo cuarto que los Ramírez habían acondicionado para ella.

Uno de esos fines de semana libre, Otilio la invitó al cine y a partir de allí ambos jóvenes se fueron acercado más el uno al otro. El chico era de buen corazón y sanos principios. Aunque había tenido menos oportunidades de estudio que Joaquina, era despierto, cortés y considerado. Eso le agradó a la muchacha que le fue tomando más confianza. Salían o compartían de noche hasta tarde, viendo algún programa de televisión. En una de las tantas noches que se quedaron solos sentados en el sofá de la salita, disfrutando una película, Otilio le confesó que le gustaba y la beso. El joven, se puso de rodillas ante la mujer y suavemente posó sus manos en los muslos de Joaquina, que lo dejaba actuar. Los acariciaba y besaba ardorosamente. Las manos continuaron el recorrido hasta llegar a la entrepierna. Recostada y anhelante no opuso resistencia; al contrario ayudó a deshacerse de su ropa interior. Otilio con suavidad separó las piernas de la chica y zambulló su cabeza en el torno de los muslos de su compañera. Joaquina temblorosa, asustada e inquieta, sintió los labios del hombre que se unían a los de su vulva. La lengua saboreante, recorría succionaba y relamía al punto que hizo gemir a Joaquina y acallar un gutural quejido placentero. Otilio quiso ir más allá penetrando con su lengua, pero halló un impedimento. Se detuvo, se incorporó y preguntó; ¿Eres vírgen? Si, respondió ruborizada.

continúa...

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