21 octubre, 2008

1 La increíble y triste historia de...

Joaquina anda rodando por esos mundos de Dios, desde hace tiempo. Es una chica decidida para su edad. Tanto que primero optó por salir de su Boconó natal, abandonar los páramos para irse a la capital del estado en busca de mejor vida. Pero en unos meses, Trujillo le quedó chico y alzó vuelo para la capital de verdad y aquí está en Caracas, sin tener muy claro qué hacer y con su escasa experiencia laboral a cuestas: unos mese de secretaria de una empresa constructora -allá en los Andes después que terminó su bachillerato comercial- y un curso básico de computación que tomaba en las noches, haciendo un supremo esfuerzo por pagárselo y por aprobarlo. Provenir de una familia andina patriarcal y jerárquica, en donde las decisiones están supeditadas al parecer de la familia, luego al de la comunidad y en última instancia al que deberá tomarlas, no amilana a Joaquina Briceño -blanca, regordeta, pelo negro como crin de caballo, ojillos vivaces, tetona y de boca carnosa - todo empacado en sus veintidos años. Su temple recio le viene por esa casta de personas honradas y trabajadoras, sabedoras de hacer las cosas como se deben hacer. De allí Joaquina tomó su entereza para superar todos los obstáculos. Mayormente el de la pobreza. Desde niña se enfrentó a su Padre -estuvo meses sin hablarle- hasta que le permitió inscribirse para continuar sus estudios de secundaria en el único liceo existente. Luego, compitió con su compañeras de cuarto, en la pensión en Trujillo, para obtener el mísero carguito de secretaria que detentaba hasta el momento de su evasión.

Eran pasadas las diez de la noche cuando tocó a la puerta. Tuvo que esperar unos minutos, hasta que alguien soñoliento se asomara por una pequeña ventana, a efectuar la pregunta de rigor: ¿Quién es, a estas horas? Soy Joaquina Briceño, don Ramón. La hija de su compadre Eustaquio. ¡Mijita y que haces usted aquí! ¿Le pasó algo a mi compadre? Abrame, luego le cuento. Así fue como la fugitiva entró a vivir donde la familia Ramírez; venida desde el mismo pueblo, por los mismos motivos y las mismas penurias. La hospitalidad de la familia Ramírez no estuvo despejada de reticencias, por aquello de que: ¡Que pensará su Papá de usted, Joaquina! cuando se enteraron que te viniste sin permiso y engañando a todos. El día que decidió iniciar su aventura, salió para sus clases como todas las mañanas, con sus poquísimas pertenencias en el morral del liceo. Desayuné, me despidí de todos y especialmente abrazé y pedí la bendición a mi Papá. A media mañana ya estaba embarcada en el autobús que me llevó a Trujillo y de allí en adelante, no paré hasta hacer unos cobres y venirme para Caracas. Así fue la cosa, don Ramón ya estoy aquí. No se preocupe que mañana mismo me pongo a buscar trabajo.

continúa...

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