21 octubre, 2008

11 Las buenas conciencias.

Los meses que Quina pasó con su general fueron los más felices de su vida. Ciertamente que no se veían a diario y quizá por eso atesoraban aquellos momentos en que podían quererse. Pero el tiempo se esfuma rápidamente, mucho más para los amantes que egoístamente desean retenerse el uno al otro. Se te hizo corta la dicha con tu General. Ahora él está en una embajada por allá por Australia. ¡Coño, esa vaina si queda lejos! dijo Hermelinda, tan rotunda en sus expresiones. Wilfredo partió evitando la despedida, quizá para mantener la ilusión de un breve alejamiento, o quizá por que se le hacía muy difícil apartarse de Quina... Antonio el chofer, sirve a las señoras. Hace servicio completo, puesto que algunas noches duerme en casa con Hermelinda. Pedro continúa en el Ministerio y jamás ha dejado de tutelar a Quina. Ya es padre de dos niños. Los negocios ya no tan prósperos con antes, se han visto empañados por el mentado Plan Colombia. Afortunadamente Pedro es bien habilidoso en eso que llaman lavar dinero y aquí no ha pasado nada. Quina se permite vivir pero sin tanto despilfarro como antes. Tampoco hay tantos agasajos, pero todavía hay dinero para enviar a los Andes periódicamente y hacer un viaje a Miami, que se inventó Hermelinda para distraer a Quina y hacerla olvidar a su General. Antonio las dejó en el aeropuerto. Volverán dentro de quince días. Pedro que no pierde pista, también encargó a Quina hacer unos contactos de negocio en Miami, con un exportador de maquinaria pesada para eso del petróleo. Bueno, yo de eso no se mucho, pero llevo los papeles y luego traigo el contrato que es lo importante, le dijo Quina.

Se divirtieron un montón. No desdeñaron de su condición de nuevas ricas y mister Jackson -así se llama el socio gringo de Pedro- las alojó en un condominio de su propiedad. Fueron atendidas maravillosamente y de noche no hubo discoteca a donde no las llevara. Mientras Quina y Mr. Jackson bailaban, la loca de Hermelinda se levantó un cubano balsero y esa noche se esfumó hasta la mañana siguiente. Hubo paseos, visitas a los sitios y parques turísticos y no faltaron las consabidas compras: para ellas, para la casa, para Pedro y Antonio. ¡Lástima que no pueda comprarle nada a mi General!, dijo Quina mientras veía unas finísimas pijamas de hombre. La última noche en Miami, hicieron una cena criolla para el gringo. Al momento de salir en el aeropuerto, Mister Jackson reapareció con sendos ramos de flores. En la tarjeta de Quina decía en perfecto español: ¡Nunca la había pasado tan bien con una mujer!


    Continúa..                                                                             

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