29 enero, 2007

Frente a mí misma



Aquí estoy en el Prado -no es para menos- dada mi alta prosapia; sonreída, recostada provocadoramente sobre almohadones en mi canapé. Los brazos detrás de la nuca soportan mi cabeza. Desenfadada, a la espera que vengan a extasiarse con mi belleza.
Soy doble y soy única. No por error, ni por pudor, como dice la conseja. ¡Francisco y yo jamás nos llevamos por tales pareceres! El lo quiso así, lo hizo adrede -como una travesura- a manera de trompe-l'oeil. Yo frente a mí misma. Acertaron con la intención del pintor. Estoy colocada de forma tal que si te paras frente a mi y miras a un lado, me verás desnuda y del lado opuesto aparezco vestida. Algunos prefieren detenerse en mi cuerpo: admirar mi piel, mis axilas, mis turgentes pechos, la concavidad de mi vientre, mis piesecillos. ¡Ah Paco, como me conocías! Los mas pudorosos me prefieren trajeada. Entonces se recrean en los finos detalles y el colorido del traje goyesco ...

Aquí viene a contemplarme un tropel de seres de todas las épocas y edades: unos rubios altos, otros morenos fornidos y unos bajitos de ojos rasgados que portan un sinnúmero de extraños aparejos. Hablan idiomas que desconozco, pero sus rostros bien que reflejan el deleite que les causo. Todos concuerdan -eso si que lo entiendo- me lo dicen sus ojos; vestida o desnuda, ¡Soy muy Maja!



Caracas, mayo 2003
Ilustración: Goya

23 enero, 2007

Madre vicaria

Cuando tuvo al niño en sus brazos –a causa del infortunio- Florencia asumió su maternidad por mampuesto. Era una mujer que siempre afrontó la vida con decisión y supo ganarse su espacio. Una mala pasada de la misma vida le impidió completar su destino de mujer. Así quedó sola hasta el día de hoy. En adelante tendría la compañía del sobrino, para dar sentido a su existencia.

Hizo un pequeño atado con lo indispensable –para no cargar tanto lastre doloroso- y se lo llevó a casa. Desde el momento que traspuso la puerta asumió la reconstrucción de su vida. Manuel que así se llamaba el chico de unos seis años, era obsecuente como esos seres habituados a no exigir mucho de su entorno. No le causó mayores molestias moldearlo a semejanza de sus manías, no sólo por inculcarle lo que consideraba buenos hábitos, sino también por su necesidad de cuidar a otro. Se ocupó del bienestar físico y mental del niño, de su escolaridad, de sus hábitos alimentarios, e higiénicos. Especialmente era muy puntillosa en aquello que consideraba buenas maneras y ese ritual lo transmitió a Manuel. Por otra parte, como le parecía indecoroso usurpar el puesto de su verdadera madre, acostumbró al muchacho a llamarla tía.

Pasaron los años y Florencia sintió que nunca había sido tan feliz como en ese tiempo. Siguió apegada a las rutinas que conformaban su vida al lado del chico: arroparlo de noche, prepararle las meriendas, más de una vez le enjabonó la espalda, más de una vez se cuidaron mutuamente durante las enfermedades y más de una vez permaneció con el alma en vilo cuando Manuel ya adolescente, comenzó a despegarse de manera más prolongada de su regazo. Con el crecimiento del muchacho sintió venírsele de repente otra responsabilidad más espinosa. Indicios de la inequívoca transformación de Manuel se asomaban a su físico : una manzana de Adán que sobresale, un bozo incipiente sobre el labio superior, una ligera sombra de barba y debería adentrarlo en aquellas cosas que los chicos aprenden de quienes no deben aprender y practican con quienes no deben practicar. Allí, pensaste, los hombres deben ser distintos. ¿Por dónde será el camino ? No lo sabes, pero sí entiendes que no vas permitir que tu criatura -levantada con tantos mimos y dedicación- afronte un momento tan espinoso bajo riesgo físico y mental al primer impulso hormonal que lo acometa.

Estos pensamientos consumieron varios desvelos en la cama. A partir de sus insomnios reafirmó lo que consideraba que debía hacer. ¿Quién más apropiado que tú para guiarlo en su paso iniciático? Comenzó a ver a Manuel desde otra perspectiva. Lo trataba de forma más mórbida. Ya no soslayaron los temas que hasta hace sólo unos meses atrás, eran considerados tabúes entre ellos...

¡Será esta noche, o nunca! Te levantaste del lecho envuelta en tu batola transparente. Tus sentidos acelerados no te arredraron; igual te encaminaste al cuarto de Manuel. Con sigilo abriste la puerta de la habitación en penumbra. Llegaste hasta la cama donde el chico profundamente dormía. Desnuda al borde del lecho lo hiciste a un lado. Te acurrucaste quedamente. Manuel entreabrió los ojos pero no se asombró. Te recibió con ternura. ¿Tienes miedo, tía? dijo. ¡Sólo temo por ti! . Entonces abrázame tía.


Caracas, mayo 2003

02 enero, 2007

Sestear


"Vení a dormir conmigo; no haremos el amor.
El nos hará". Cortázar


Nuestro primer encuentro, ocurrió en la celebración del cumpleaños del gay que se graduó con ellas. Con mi novia nunca fueron grandes amigas, sólo compañeras de carrera que se encontraban ocasionalmente. Al momento de las presentaciones hubo una fugaz atracción que supimos disimular a los demás, salvo las miradas furtivas que cruzamos toda la noche...

No nos volvimos a ver. Después de un tiempo me envió un correo electrónico. Comenzamos a escribirnos frecuentemente. Una tarde recibí una invitación: ven a sestear conmigo. Extraña y sugerente proposición; ¡tentador! pensé. Debido al compromiso con mi chica no respondí su correo.¡Si seré pendejo! con lo que me gusta y lo buena que está. Pasé días pensando en su propuesta. A la semana siguiente la reiteró. Decidido accedí y acordamos para el viernes. Me las ingenié con el trabajo y burlé a mi prometida, a medio-día estaba en su casa.

Fui amablemente recibido. La mesa puesta con todos los detalles para un almuerzo frugal: ensaladas, quesos, panes y vinos. La conversación eludió el tema de mi noviazgo. Después de la sobremesa –ella manejaba la situación- me condujo a su recámara en penumbra. Una vela encendida ofrecía un grato olor y daba un ambiente misterioso y relajado al lugar.

Desenvuelta se desvistió y repartió un pijama masculino. Para ella la camisa, para mí los pantalones. Mientras me los colocaba destendió la cama. Acostada me conminó a imitarla. Obedecí; estaba muy tenso...

Se ovilló de espaldas a mí. Parte de sus nalgas asomaba por el borde de la camisa. No se movía; parecía reposar. Continuaba envuelto en un sopor sin saber que hacer. Temeroso, me volví hacia ella e intenté una aproximación. Sin inmutarse recompuso la posición. Quedamos muy acoplados. Suspiró profundo. ¿Será que se durmió de veras? Opté por seguir su sensual juego; cerré los ojos.

El silencio era interrumpido sólo por nuestro alientos. Sentí el pum, pum de mi corazón, el perfume de su cabellera, mis testículos tumescentes como nunca y el roce de mi bálano que pugna por salir del pantalón. Me deshice de él. El pene libre y erguido buscó acomodo entre sus nalgas. Por debajo de la camisa mi indecisa mano tantea los senos que no caben en ella. Prolongué el recorrido de las caricias. Vuelta de cara a mí -en su duermevela- abrió su camisa y acogió mi falo en el canal de sus grandes pechos. Luego nuestras lenguas se enlazaron en un demorado beso. Su pierna libre montó sobre mi cadera. De lado y siempre a ciegas, penetré suavemente con poquísimos movimientos salvo los de su vagina que me succionaba. Me anegó un onírico orgasmo prolongado e intenso.

Cuando abro los ojos vuelto de costado y abrazado a la almohada, sigo con el pantalón puesto. Confundido me estiro despacio. Volteo para constatar si aún estoy acompañado. La bella durmiente seguía allí. Parte de sus nalgas asomaba por el borde de la camisa.


Caracas, 2003
Ilustración: Bearsdley