21 octubre, 2008

10 El reino de este mundo.

Como si no fuera suficiente con tanta bonanza, Pedro fue designado Director en el Misterio. Las mujeres decidieron hacer un agasajo a su benefactor e invitaron un pequeño grupo a cenar. Entre ellos por supuesto el General Wilfredo Vilamizar. La velada transcurrió muy gratamente. Los invitados se ausentaron temprano, después de comer opíparamente y catar buenos vinos. Hermelinda se retiró a su dormitorio -ahora tenía cuarto propio- un poco indispuesta por la mucha bebida. Quina y el General quedaron solos en el frescor de la terraza. Mientras tomaban un güisqui, Quina de pié apoyada en la baranda, contemplaba la ciudad nocturna con sus luces y la gran sombra de El Avila. El General la contemplaba a ella. Quina en un arrebato de nostalgia dijo: ¡Cómo estará mi gente allá en los Andes! Hace tanto que no sé de ellos. Si me vieran no me reconocerían. Unas tenues lágrimas rodaron por sus mejillas. El General alargó el brazo, la tomó de la mano y le dijo: ¡Ven mi niña, ven! Quina se sentó en sus piernas. El la rodeó con sus brazos mientras ella lloraba en su hombro. Le acarició el rostro y sorbió sus las lágrimas. Luego la beso tiernamente. Quina no se sorprendió, por el contrario le dijo; ¡Hace tiempo esperaba esto! Lo besó apasionadamente. Recompuso la postura y se colocó a horcajadas sobre el hombre reclinado en la butaca. Lo ayudó a desabrocharse la camisa, ella misma aflojó la correa. Lo besó en el cuello, le mordisqueó la manzana de Adán, lamió sus tetillas. Sensualmente se rindió al placer. Sintió recuperar todas esa sensaciones que creía olvidadas. Luego Quina se quitó la ropa y permaneció sólo con su diminuto bikini. Abrió el pantalón del general para liberar al guerrero ya listo para la batalla. Lo puso en el canal de sus grandes senos y allí lo acunó por unos minutos. Luego comenzó a lamerlo y acariciarlo mientras introducía el glande en su boca. Solo se escuchaba la respiración vagarosa del hombre y el succionar de Quina. Cuando sintió el temblor lo introdujo completamente y oprimió los labios. El General lanzó un quejido y después de unos segundos ella deglutió. Se quedaron inmóviles por unos momentos. Entonces él la hizo acercarse y la beso.
Desapareció su cara entre los pechos de la muchacha. Aspiró su aroma. La escudriñó olfativamente: en las axilas, en el ombligo, en el sexo. Se entretuvo palpando los muslos y las voluminosas nalgas. Quina se liberó de la pequeña prenda que escasamente la cubría. Jugueteo con el pene en su pubis antes de introducírselo lentamente. Asida al cuello de Wilfredo se contorsionaba sensualmente. Comenzó a balbucir incoherencias. Acoplados en un frenético vaivén ambos llegaron al clímax. Quina reclinó la cabeza en su hombro, lo beso en la mejilla y le dijo quedamente: ¡Te quiero General! Y yo a tí, niña Quina.

continúa...

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