21 octubre, 2008

5 Tantas veces Pedro.

La vida transcurría tranquilamente para Joaquina. Su nombre fue modificado por la niña Graciela que apelaba al diminutivo Quina y todos la llaman así en la mansión. Sus deberes no eran agotadores. Hasta ayudaba a hacer algunas tareas del colegio a la niña Gracielita, en la computadora y le quedaba tiempo libre, cuando la niña salía con su madre. Ese tiempo supo aprovecharlo Quina. Como nadie la supervisaba -salvo la señora- debido a la deferencia que la familia le tenía. Aprovechó una salida de todos y se arriesgó a encender el computador. Tenía unas tres horas libres, así que se puso a navegar por Internet. En eso estaba, cuando apareció la llamada de un usuario por el chat: Hola querida, ¿como estás?. ¿Que hacer, responder o apagar inmediatamente?. Respondió. De allí en adelante conoció a Pedro, que por lo visto chateaba con la señora Mendizales y eran íntimos amigos. A veces, con mucho susto se arriesgaba para conversar con él. Pedro no notaba mayores cambios en su interlocutora. Era abogado -o al menos eso dedujo- y ella seguía siendo la señora Mendizales, la que lo divertía, lo seducía, lo erotizaba. Hasta que en una ocasión la verdadera señora la pescó infraganti. La despidieron inmediatamente. Ella y la niña Gracielita lloraron al momento de la partida, pero no hubo marcha atrás.

Volvió a la casa de La Pastora. Cuando se podía sustraer de la vigilancia de Otilio, entraba a cualquier ciber-café a chatear con Pedro. Le contó todo lo ocurrido. El se divirtió con su travesura y le señaló que deseaba conocerla. Se citaron en un café por los Palos Grandes. Pedro, en cuerpo entero se llama Pedro Luis Fernández es joven, delgado y alto. Está recién graduado y ella lo percibió llano, desinhibido y simpático. Por otra parte, Quina supo ganárselo, contando francamente toda sus peripecias y situación donde los Mendizales. Continuaron su amistad por Internet. Otras veces se encontraron en un café, o en un cine, hasta que Pedro abiertamente le dijo que le gustaba. Resolvieron el asunto en un motel de la Panamericana. Pedro resultó bueno en la cama, pero no tan delicado como Otilio. Ella desplegó todos sus conocimientos amatorios y para ambos fue un encuentro grato, placentero sin mayores compromisos.

Como continuaba sin encontrar trabajo, recurrió a su amigo. Pedro se comprometió a buscarle alguna salida al asunto. Pasado unos días, chatearon nuevamente y la citó para proponerle algo. Pedro le explicó que él y sus colegas del bufete tenían un lujoso apartamento en La Trinidad, que compartían entre todos para sus encuentros amatorios. Ella viviría allí ocuparía las dependencias de servicio y se encargaría de tener todo a punto: limpio, arreglado y la nevera llena para cuando alguno de ellos requiriera utilizar el piso; también el pago de los recibos de servicios. Eso si, mucha discreción. ¿Cómo rechazar la oferta si tus necesidades existenciales son apremiantes? ¡Acépto!,dijo Quina y se mudó al día siguiente, no sin antes contar a doña Teotiste y a Otlio que sería la dama de compañía de una señora anciana, que requería cuidados. A partir de este momento, Quina comenzó a girar mensualmente dinero a sus padres e ir cada vez menos a la casita de La Pastora. También a partir de ese momento, Pedro a veces iba al apartamento y se acostaban. Eran felices, ambos se disfrutaban sin inconvenientes. A veces antes de comenzar sus encuentros, Pedro fumaba yerba y le enseñó a fumarla. Entonces se sentía libre y cometía todas la locuras que se le ocurrían a Pedro: átame a la cama, métetelo en la boca, mastúrbame con tus pies. ¡Y a ella, que no le hacía!, nunca había imaginado disfrutar así, con tantas cosas que Pedro traía y le enseñaba a usar: ponte esto, pásatelo por aquí, por detrás, por delante, métete esto, bañémonos juntos. ¿Tienes hambre, Pedro? espera ya preparo algo.

continúa...

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