17 diciembre, 2006

Jabón de coco



Los recuerdos que Cecilia tiene de su infancia le entran por la nariz, es decir que están indisolublemente ligados al olfato. De cuando era niña y vivía en una casa grande y solariega rememoraba el olor a caramelo quemado del quesillo, el aroma de la torta de pan recién horneada, el del pernil bien adobado. Entre todos ellos había un olor especialmente fijado a su pituitaria que ni el correr de los años borraba, el del coco. Más específicamente el olor a jabón de coco. Ese, con el que veía a Zenobia la cocinera bañarse a baldazos en el patio, sin quitarse la batola blanca que se le ceñía a su negra desnudez. Si, recordaba el olor y la imagen vívida –ese contraste de lustrosa piel negra y lienzo blanco- pero había algo más que la sensación de limpieza en aquel ritual de la negra, algo más que ella de niña no comprendía pero ahora, ahora de mayor…

Abrió la ducha. Un fuerte chorro de agua helada le dio en la cara. ¡Coño, que agua tan fría! Sus pezones acusaron el escalofrío. Le dio más potencia a la ducha y entró de lleno en la catarata. Luego cerró el paso del agua. Desenvolvió la pequeña cajita que tenía en las manos y allí estaba todo su recuerdo convertido en una blanca pastilla de jabón. Acunado entre sus manos se lo llevó a la nariz y aspiró profundamente. Volvió a dar paso al agua de la regadera. Lentamente la pastilla se fue transformando en suave espuma que deslizó por su brazo, bajo la axila. Jum, jum, ,ju,ju,ju,ju, canturrea.

Gira, cambia de posición. Siente correr el agua por su espalda y la contracción de las nalgas. Toda la piel se le erizó. Paró de canturrear. La espuma benéfica que le corría caía en blancos jirones por pechos, vientre y piernas. A Cecilia aquello se le transformó en un baño seminal; a la vez que la pastilla la toqueteaba, el aroma y el aceite penetraban su piel insistentemente. Entregada a la placentera sensación cerró los ojo. Se acarició los muslos, las nalgas, el pubis. Separó las piernas, con lentitud y premeditada intención comenzó a deleitarse con la pastilla de jabón. Se recostó de la pared. Con la mano libre se apretó los pechos. El ruido del agua servía de fondo a su entrecortada respiración. Toda aquella blancura que la envuelve tan mórbidamente, le semeja la batola de Zenobia. La pastilla fue a dar al piso. Ahora son los dedos de Cecilia los encargados de frotar el añorado olor. Jadeante, torció el cuello hacia atrás. El agua entró a borbotones en su garganta. Hizo buches y comenzó a reír nerviosamente. Terminada su ablución sale de la ducha –suavecita y liviana- envuelta en un albornoz.¡Ah que delicioso baño!

Guarda el jabón de coco en la jabonera, no sin antes darle una última inhalada. Ahora si comprende. Las aromas reviven sensaciones y sentimientos. Se ve al espejo y sonríe con picardía.


Caracas, diciembre 2005
Ilustración: Baltus

1 comentario:

Anónimo dijo...

Historia magníficamente relatada; un baño con agua fría es transformado en un cuento con un erotismo sutil, de buen gusto.
Felicitaciones amiga.

OscarHugo.