17 diciembre, 2006

Como si fuera ayer


Ya hace cuatro meses que no veo a Julia y aún así cuando la recuerdo, me da en lo güevos. Creo que mientras funcionó los dos primeros años fueron los mejores de mi vida. Quizá ella también opinará lo mismo. ¿Quién sabe? Luego todo se va agotando. Se instala la rutina que no deja espacio a la incertidumbre. Comienza el distanciamiento y la vida se va al carajo. Sólo me resta esta vaina, como una nostalgia que no se definir. Por eso prefiero recordar la buena cama y no esas pequeñas desavenencias que van royendo todo. Por eso mismo si ella quisiera seguiría allí. Por eso suprimiría todo lo demás; aquí no ha pasado nada y me la seguiría cogiendo. Por eso es que Julia siempre me vuelve a suceder…

Aún tengo las llaves, así que abrí la puerta y como es costumbre pregunte: ¿Hay alguien en casa? La llamé pero nadie respondió. Fui a la cocina y nada. Fui al estudio y tampoco. Escuché el ruido que salía del baño –la puerta estaba entreabierta- y cuando me asomé vi a Julia duchándose, envuelta en el vapor de agua que lo invadía todo. ¡Hola¡ le dije, creí que no estabas. ¡Coño, me asustaste! No te escuché con el ruido del agua. Vine por el resto de mis cosas, tal como convenimos. Ya está todo recogido lo puse en el estudio. Bueno, me lo llevo. Ella acotó: no te olvides dejar las llaves al salir. Roberto te llamaré un día de estos. No dije más nada ¿para que? Me di cuenta definitivamente que todo se fue a la mierda y que no hay vuelta atrás.

A pesar de eso me quedé parado allí. Recostado de la puerta y en silencio, ensimismado en su visión. Julia seguí en su ablución con el agua bien caliente como le gusta. Alargué el brazo, descolgué su albornoz y me lo llevé a la nariz. Aspiré profundamente su olor a hembra. La figura morena se traslucía tras la puerta de vidrio de la ducha. Pude verla toda. Como cuando estábamos desnudos en la cama. Luego volví la bata a su lugar. Con cuidado me acerqué. Apoyé mi dedo en el vidrio empañado. Lentamente comencé a dibujar su silueta: sus nalgas, la espalda, su nuca ¡ah! allí la mordía para inmovilizarla cuando la enculaba. Luego la cabeza de pelos crespos, como los de su crica. Su perfil; me detuve en la boca carnosa y succionadora. Sus pechos ¡me gustaba chuparlos!. Mi dedo hacía las funciones que otrora cumplía mi lengua. Cuando estuve a punto de tocarla en la entrepierna -subterfugio de por medio- me volvió a pegar en los güevos y tuve una erección.

Me retiré silenciosamente. Ella ni lo notó. Mientras me dirigía al estudio sobé mi pene para aquietarlo y volverlo a su posición. En el estudio casi todo estaba igual, excepto que mis discos ni los libros ocupaban su lugar. Nuestras fotos tampoco lucían como antes. Las dos cajas estaban apiladas en una esquina. Me agaché y las levanté. Con mi carga a duras penas pude abrir la puerta de salida. Lancé las llaves al piso y salí dando un portazo. Luego en el ascensor me dio por pensar pendejadas; quien quita y algún día me necesite y otra vez me vuelva a suceder…


Caracas, 2005
Ilustración: Vettriano

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