02 enero, 2007

Sestear


"Vení a dormir conmigo; no haremos el amor.
El nos hará". Cortázar


Nuestro primer encuentro, ocurrió en la celebración del cumpleaños del gay que se graduó con ellas. Con mi novia nunca fueron grandes amigas, sólo compañeras de carrera que se encontraban ocasionalmente. Al momento de las presentaciones hubo una fugaz atracción que supimos disimular a los demás, salvo las miradas furtivas que cruzamos toda la noche...

No nos volvimos a ver. Después de un tiempo me envió un correo electrónico. Comenzamos a escribirnos frecuentemente. Una tarde recibí una invitación: ven a sestear conmigo. Extraña y sugerente proposición; ¡tentador! pensé. Debido al compromiso con mi chica no respondí su correo.¡Si seré pendejo! con lo que me gusta y lo buena que está. Pasé días pensando en su propuesta. A la semana siguiente la reiteró. Decidido accedí y acordamos para el viernes. Me las ingenié con el trabajo y burlé a mi prometida, a medio-día estaba en su casa.

Fui amablemente recibido. La mesa puesta con todos los detalles para un almuerzo frugal: ensaladas, quesos, panes y vinos. La conversación eludió el tema de mi noviazgo. Después de la sobremesa –ella manejaba la situación- me condujo a su recámara en penumbra. Una vela encendida ofrecía un grato olor y daba un ambiente misterioso y relajado al lugar.

Desenvuelta se desvistió y repartió un pijama masculino. Para ella la camisa, para mí los pantalones. Mientras me los colocaba destendió la cama. Acostada me conminó a imitarla. Obedecí; estaba muy tenso...

Se ovilló de espaldas a mí. Parte de sus nalgas asomaba por el borde de la camisa. No se movía; parecía reposar. Continuaba envuelto en un sopor sin saber que hacer. Temeroso, me volví hacia ella e intenté una aproximación. Sin inmutarse recompuso la posición. Quedamos muy acoplados. Suspiró profundo. ¿Será que se durmió de veras? Opté por seguir su sensual juego; cerré los ojos.

El silencio era interrumpido sólo por nuestro alientos. Sentí el pum, pum de mi corazón, el perfume de su cabellera, mis testículos tumescentes como nunca y el roce de mi bálano que pugna por salir del pantalón. Me deshice de él. El pene libre y erguido buscó acomodo entre sus nalgas. Por debajo de la camisa mi indecisa mano tantea los senos que no caben en ella. Prolongué el recorrido de las caricias. Vuelta de cara a mí -en su duermevela- abrió su camisa y acogió mi falo en el canal de sus grandes pechos. Luego nuestras lenguas se enlazaron en un demorado beso. Su pierna libre montó sobre mi cadera. De lado y siempre a ciegas, penetré suavemente con poquísimos movimientos salvo los de su vagina que me succionaba. Me anegó un onírico orgasmo prolongado e intenso.

Cuando abro los ojos vuelto de costado y abrazado a la almohada, sigo con el pantalón puesto. Confundido me estiro despacio. Volteo para constatar si aún estoy acompañado. La bella durmiente seguía allí. Parte de sus nalgas asomaba por el borde de la camisa.


Caracas, 2003
Ilustración: Bearsdley

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo por hábito, desde pequeño, duermo la siesta. Nunca he tenido la suerte de tu protagonista. Pero, todavia tengo esperanzas, no crees? Un cordial y resignado abrazo, Miguel Carlos