23 enero, 2007

Madre vicaria

Cuando tuvo al niño en sus brazos –a causa del infortunio- Florencia asumió su maternidad por mampuesto. Era una mujer que siempre afrontó la vida con decisión y supo ganarse su espacio. Una mala pasada de la misma vida le impidió completar su destino de mujer. Así quedó sola hasta el día de hoy. En adelante tendría la compañía del sobrino, para dar sentido a su existencia.

Hizo un pequeño atado con lo indispensable –para no cargar tanto lastre doloroso- y se lo llevó a casa. Desde el momento que traspuso la puerta asumió la reconstrucción de su vida. Manuel que así se llamaba el chico de unos seis años, era obsecuente como esos seres habituados a no exigir mucho de su entorno. No le causó mayores molestias moldearlo a semejanza de sus manías, no sólo por inculcarle lo que consideraba buenos hábitos, sino también por su necesidad de cuidar a otro. Se ocupó del bienestar físico y mental del niño, de su escolaridad, de sus hábitos alimentarios, e higiénicos. Especialmente era muy puntillosa en aquello que consideraba buenas maneras y ese ritual lo transmitió a Manuel. Por otra parte, como le parecía indecoroso usurpar el puesto de su verdadera madre, acostumbró al muchacho a llamarla tía.

Pasaron los años y Florencia sintió que nunca había sido tan feliz como en ese tiempo. Siguió apegada a las rutinas que conformaban su vida al lado del chico: arroparlo de noche, prepararle las meriendas, más de una vez le enjabonó la espalda, más de una vez se cuidaron mutuamente durante las enfermedades y más de una vez permaneció con el alma en vilo cuando Manuel ya adolescente, comenzó a despegarse de manera más prolongada de su regazo. Con el crecimiento del muchacho sintió venírsele de repente otra responsabilidad más espinosa. Indicios de la inequívoca transformación de Manuel se asomaban a su físico : una manzana de Adán que sobresale, un bozo incipiente sobre el labio superior, una ligera sombra de barba y debería adentrarlo en aquellas cosas que los chicos aprenden de quienes no deben aprender y practican con quienes no deben practicar. Allí, pensaste, los hombres deben ser distintos. ¿Por dónde será el camino ? No lo sabes, pero sí entiendes que no vas permitir que tu criatura -levantada con tantos mimos y dedicación- afronte un momento tan espinoso bajo riesgo físico y mental al primer impulso hormonal que lo acometa.

Estos pensamientos consumieron varios desvelos en la cama. A partir de sus insomnios reafirmó lo que consideraba que debía hacer. ¿Quién más apropiado que tú para guiarlo en su paso iniciático? Comenzó a ver a Manuel desde otra perspectiva. Lo trataba de forma más mórbida. Ya no soslayaron los temas que hasta hace sólo unos meses atrás, eran considerados tabúes entre ellos...

¡Será esta noche, o nunca! Te levantaste del lecho envuelta en tu batola transparente. Tus sentidos acelerados no te arredraron; igual te encaminaste al cuarto de Manuel. Con sigilo abriste la puerta de la habitación en penumbra. Llegaste hasta la cama donde el chico profundamente dormía. Desnuda al borde del lecho lo hiciste a un lado. Te acurrucaste quedamente. Manuel entreabrió los ojos pero no se asombró. Te recibió con ternura. ¿Tienes miedo, tía? dijo. ¡Sólo temo por ti! . Entonces abrázame tía.


Caracas, mayo 2003

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excitante..! Me gustó. Muy fino y elegante.

Elpidio