20 julio, 2008

Poema 1

Usted
nunca sabrá a qué huele mi cama,
ni sentirá mi calor yacente.
Usted nunca soñará mis sueños,
ni dirá su verdad entre mis sábanas.
Usted nunca sentirá mis lágrimas,
ni escuchará su nombre seguido de un te amo.
Usted no existirá nunca...


Caracas, 2006

13 julio, 2008

La fonda de las delicias


Yon Arrizabaleta un vasco que ya frisa la cincuentena, ha pasado la mitad de su vida faenando en las aguas del Cantábrico. Curtido por su duro oficio y harto de las cagadas de gaviotas, decide mandar todo a la mierda y enrolarse en una pequeña embarcación con rumbo a Marsella. De allí en la primera oportunidad que consiga, se irá al nuevo mundo. O sea que Arrizabaleta tenía largas miras en este asunto. Los meses que pasó en esa ciudad, aprendió con harta dedicación el oficio de la cocina francesa y a mascullar el idioma. Cuando se siente medianamente preparado, se ofrece como cocinero en un carguero que parte rumbo a La Martinica y allá va a parar.

Después de la travesía –en algunos puntos azarosa- recalaron en Fort de France en plena canícula de agosto. Al descender del barco, acompañado por su pinche –un chico marsellés llamado Pierre- ambos amigos recorren impresionados las calles del mercado lleno de vívidos colores y sensuales olores de frutas desconocidas que se mezcla con la catinga de los nativos y mulatas de anchas ancas y coloridos trajes, que gritan sus productos en una lengua melodiosa y desconocida. Arrizabaleta después de un día de recorrido en tan embriagante entorno, supo que había llegado al punto de no retorno. Volvió al barco e hizo saber al capitán su decisión. Recibe su paga; abraza a Pierre y desaparece de la vista de su amigo entre la bullanguera multitud.

No pasa mucho tiempo sin que Arrizabaleta se haga de una modesta casa en las inmediaciones del mercado y establezca allí una fonda, con la asistencia de una cocinera nativa de nombre Francinne. Los primeros meses fueron duros, pero con mucho ahínco y la ayuda de Francinne que le enseña el arte de los platos créole: Crabe farcine ciriques, Boudin de cribidre, Paté au pot, Calolou crabes, Thazar au lait de coco; carnes y pescados muy sazonados, con mezclas de especias en leche de coco, el negocio va prosperando. Tampoco hubo necesidad de mucho tiempo para que Yon se amancebara con Francinne, en el calor de las noches tropicales. La martiniqueña era vivaracha, alta, de turgentes senos y caderas fogosas, que le hizo entender rápidamente por qué los franceses habían tenido una mulata por emperatriz.

Gracias a la creciente clientela terminan por hacerse socios y se amplía el local. Hicieron una pérgola con palmas secas: colocan mesas y sillas, siembran muchas plantas de coloridas flores y convierten el solar de la modesta casa en un grato y fresco comedor. De paso, el mesón de la cocina que sirve a la vez para la preparación de los diversos platos y para las prácticas probatorias de mezclas, salsas y condimentos, también se agrandó. Entre frutas, mariscos, carnes y pescados tasajeados, verduras variopintas y los intensos olores que salían de calderos y ollas, se realizaba la singular cata: ¡Prueba esta salsa! y él sorbía de los embarrados pezones de la cocinera. ¡Paladea esta crema, Francinne! y ella engullía el miembro untado de él, o ¿A ver cómo te parece este sabor? y el cocinero probaba directamente de la entrepierna de Francinne un efluvio almendrado -entre dulce y acre- que terminó por ser el condimento básico para una novedosa salsa.

“La fonda de las delicias” –que así finalmente se llamó la remozada casa- llegó a tener fama más allá de la isla. Los veleros llegaban al lugar, cargados de turistas ansiosos por paladear los renombrados platos del restaurante, sobretodo la especialidad de la casa: “Pescado a la Francinne” -del cual se comentaba en todas las Antillas- cuya receta era un secreto muy bien guardado.

Caracas, agosto 2004
Ilustración: J. Zea Jara