14 febrero, 2008

Si me abrazas...



"La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda." J. Porcupine.

Tómame desprevenida por la espalda. Que tus brazos se ajusten a mi cintura. Constríñeme; yo aprovecharé de cerrar la tierna tenaza con los míos. Pégate mucho a mi. Huele mi pelo. Posa tu cabeza en mi espalda. Besa mi nuca, mis hombros... Sentiré tu hombría que comienza a abultarse al frotar mis nalgas. Comenzaremos un lento balanceo, acompañado de susurros. Las palabras amorosas no se harán esperar. Libero tus brazos para que tus manos acaricien mis pechos. Siempre prolongando la posición inicial. Ahora , con la cabeza hacia atrás, me apoyo en tu hombro y te beso. Mis dedos hurgan, tus cabellos, acaricien tu nuca, tus orejas. Juntas las bocas, las lenguas se entrelazan. Mi grupa se afirma, tal como tu bálano ya dispuesto para acciones más decisorias...

Si me abrazas,

que sea con este abrazo totalizador: sorpresivo, protector, lujurioso, dominante, seduciente... Que dice todas esas cosas a la vez. Que no se ofrece a diario ni a cualquiera. Que no es como el abrazo formal, que se dan los amigos ni las familias. Que no va a acompañado de la inocencia del abrazo filial. Que otorga intimidad y que me concede, cuando me gires enlazados frente a frente, extasiarme en tu rostro erotizado...


Si me abrazas, que sea así....


Caracas, febrero 2008
Ilustración sacada de la web.

03 febrero, 2008

Veneciano



El encuentro ya estaba pautado en la Corte del Diavolo. Desde el carnivale anterior no se habían visto: una postal, unas líneas, una llamada breve. No hacía falta más para concurrir a aquella cita...

Andaba extraviada en las callejuelas y pequeñas plazoletas; sin conocer el idioma, cuando se lo lo topó de frente. No le vio el rostro resguardado tras la máscara. Sólo los ojos se comunicaron. El leyó su desesperación, ella el cobijo. ¿Posso?, le dijo. ¡Venite! y se dejó llevar. Pasaron el resto de la noche juntos. Bailaron, bebieron. Se perdieron en la multitud y en ellos mismos. Ella se olvidó de sus acompañantes y de que deambulaba en una ciudad desconocida.
Sin hablarse se entendieron: sono Piero; y yo Yolanda. Al amanecer la dejó en su hotel. Al día siguiente recibió un ramo de rosas y una tarjeta. La invitaba al baile del Lido. Se las ingenió para zafarse de su grupo sin muchas explicaciones. A las nueve de la noche, pasó por ella. Esta vez disfrazado de Arlequín. Salieron por las callejuelas. La hizo acudir a una tienda de disfraces, cambiarse el que llevaba y alquilar uno de Colombina. ¡Come sei bella! Iolanda. Abordaron el vaporetto. El baile del Lido, era más de lo que ella hubiese imaginado: un sueño feral. Nunca pensó que pasaría una vacación así. La noche transcurrió brevemente entre danzas, brindis y jolgorio. Piero durmió esa noche en su habitación y se conocieron a la manera bíblica. Así transcurrió su estancia en Venecia; entre las atenciones de Piero y el máximo disfrute de la ciudad y las fiestas.

En la despedida intercambian recuerdos, direcciones, números telefónicos. Poco a poco fueron aprendiendo a comunicarse. Pasó el tiempo, pasó la vida. Nunca faltaron las invitaciones, como tampoco los rechazos: lo siento mis obligaciones; disculpa uno de mis hijos; lo lamento esta vez… Cosas tan mundanas, los rodean y los separan.

Hasta que tomaron la decisión definitiva. A pesar del tiempo, las distancias, la cotidianeidad y los contratiempos: se encontraban -en esa plazoleta predestinada- todos los carnavales de Venecia, desde hacía ya veinte años. ¿Quién lo diría? ¡Siempre Colombina, siempre Arlecchino!


Caracas, febrero 2008
Ilustración:Juarez Machado