15 enero, 2008

Chu-chu train



Cual sumiso perrito faldero, iba tras ella por toda la estación ferroviaria. Ensimismado seguía el ritmo de aquel par de nalgas que sinuosas, saltaban independientemente una de la otra; sostenidas por unas bien torneadas piernas soportadas en unos zuecos, que aumentaban la estatura de la portadora. En verdad los requería. No era muy espigada, más bien rellenita. El atuendo muy veraniego: franelita con tirantes, faldita corta y una bandana –sujetando la corta melena castaña- que hacia juego con la tela de la faldita. Todo le hacía inferir que era una chica joven, no tendría mas de diecisiete.

Subieron al vagón; se coló en el mismo compartimiento donde ella entró. La vio lanzar el maletín que llevaba en la mano sobre el asiento y apoyada en la ventana observar, como en espera de alguien. El también se deshizo de su mochila. Tosió fuertemente. Se volvió; su cara sin maquillaje tostada por el sol -salvo la boca carnosa resaltada en carmesí- le sonrió. Sintió que la arropaba una mirada azul. Asumió nuevamente su posición de observadora. La pose permitió al intruso ver un pequeño triángulo de tela, asomado por debajo de la faldita. Por detrás muy pegado a ella puso sus brazos al mismo nivel sobre el vidrio, limitando sus movimientos. Nadie reclamó, nadie se movió. La turgencia se hizo patente. Ella con bamboleos lascivos respondió al roce. Franela de por medio, apretó sus pechos. Con dos dedos recorrió la columna vertebral de arriba abajo. Cuidadosamente enrolló la faldita. Un diminuto bikini negro a duras penas cubría las macizas nalgas de sus tentaciones.

Bajó la prenda hasta las pantorrillas. Levantó un pié para permitir la salida de la pieza; luego le volvió a calzar el zueco. Comenzó a masajear las redondeces que se le ofrecían; las aprieta, las pellizca. Arrodillado hunde su cara en la mullida zona; aspira su olor. Su lengua repasa la hendidura que separa las voluminosidades. El estremecimiento del cuerpo femenino acusa las caricias. La chica -aferrada a la ventana- instintivamente separa las piernas. La mano cubre la oquedad humedecida: los dedos hurgan. Con la mano libre, desata sus pantalones; toma fuertemente el miembro que soba: dedos, mano y lengua se sincronizan. Erguido toma a la mujer por las caderas y con una maestría que sólo la práctica otorga, embocó directamente. La agita frenéticamente. El ruido de los trenes acalla las imploraciones: ¡Hay, así, dale!...hum, hum...¡ Si, así papito! ¡I like you bitch!... hugh, hagh. ¡You are so hot! y el golpeteo de sus testículos contra las nalgas. Una chispa que baja por su columna vertebral, hace ignición con el pedernal que tiene dentro. Abrazándola se recuesta sobre su espalda. Ella soporta gustosa su descanso. Trenzados se mantienen unos minutos.

Un sacudón deshace la postura. Suenan dos pitazos; el tren se pone en marcha. ¡Fuck, this isn´t my train! Sube los jeans; cierra la bragueta sin ajustar la correa. Nuevamente la envuelve en su mirada azul. Jala su morral y sale en volandas del compartimiento. El tren al ralentí comienza a desplazarse: cuh, chu, chu, chu... Aún desmadejada sobre el asiento, alcanza a ver a través de la ventana un hombre rubio –con un morral terciado al hombro- que con una mano sujeta sus pantalones y corre por el anden.



Caracas, 2003
Ilustración: Vettriano

11 enero, 2008

Mujer ideal




Ahora si estaba convencidísimo. ¡Esta era la mujer que tanto había anhelado!, la deseada, la ideal. Ella no podría defraudarlo como tantas otras: no lo traicionaría, no lo abandonaría jamás...

Y se la llevó a la cama. Atendió todos su requerimientos, todos sus antojos, todas sus aberraciones sexuales sin protestar; sin actitudes vergonzantes. Nunca un “tengo jaqueca”, nunca un “tengo la menstruación”. Muy por el contrario era bien poco exigente: simple, mórbida, maleable... Sólo que una noche de pasión se extralimitó y le mordió fuertemente un pezón. El amago de mujer comenzó a expulsar aire como un globo. Giró por la habitación, por el techo, rapidísimo daba vueltas y vueltas: subía y bajaba. Lo que quedó de ella, voló por la ventana...


Caracas, febrero 2004