Esta es la historia de Gustav Schilick, un hombre ahora reducido a un casi hombre; temeroso, sin honra, fugitivo y finalmente metido a patriota a la fuerza y por motivos totalmente ajenos a la guerra.
La vida de Gustav,
que antes era despreocupada, comenzó a complicarse cuando, en una de esas
tantas kermes a las que asistía por
diversión –con el sólo fin de seducir mujeres- conoció a Frau Hagaar. Nuestro hombre era todo un dandi, bon vivant y galante, que gracias a una pequeña fortuna en chelines heredada de una tía abuela,
podía darse el lujo de frecuentar los mejores salones y alternar con bohemios y
burgueses como él, que vivían de sus negocios y heredades. Así, Gustav joven,
con algo de dinero: bien trajeado, con una mediana cultura, destacaba entre sus
pares y sin ser hermoso gozaba de harta aceptación entre las damas.
Cuando
conoció a Frau Hagaar y como era ya
su costumbre, decidió obtenerla como uno más de sus muchas seducciones:
bailarinas, cantantes de ópera, viudas y hasta se cuenta que una novicia. La
verdad es que la dama no le fue indiferente y las cosas surgieron poco a poco. En
ausencia del marido viajante, un renombrado banquero que por casualidad, mantenía
en sus arcas los bienes de Gustav, los encuentros se hicieron frecuentes: una
vez en el Prater, o en una velada
benéfica, otra en el café Griensteidl,
o un paseo al bosque para retozar eróticamente en el prado. A veces paseando
castamente en coche, otras no tan santas
dando vueltas por la callejuelas de la
ciudad, mientras dentro del carruaje ocurría el desenfreno. Con el correr de
los meses, los amantes pasaron a constituirse
prácticamente y sin el menor recato en pareja. Se olvidaron los encuentros a
escondidas y se veían frecuentemente en el pequeño apartamento que poseía Gustav
retirado del centro de Viena… Durante siete meses, fueron dichosos hasta que
las comidillas llegaron a oídos de Herr
Hagaar. Valido de su posición, se agenció un oficial policíaco quien en poco
tiempo puso al cornudo al corriente de su deshonrosa situación.
A todas
estas y para lavar su honor, Herr Hagaar
envió una misiva que tomó de sorpresa a Gustav; ¡ un reto a duelo! Aunque tal práctica estaba prohibida, seguía
siendo costumbre entre los caballeros… Nuestro protagonista fue convocado una
fría madrugada a batirse con el ultrajado marido. Esta vez la suerte abandonó
al ofensor y aunque no murió en la finta, salió herido de un pistoletazo por su
diestro contrincante. Apropiadamente llegó la autoridad y sin saberse por cuál
causa, sólo el herido fue apresado. Ya en el calabozo, Gustav captó el doblez
de todo el asunto: el caballero Hagaar había dispuesto todo para errar el tiro,
hacerlo encarcelar y además de humillarlo, estarle en deuda por su vida.
Como parece
ser, las cosas malhadadas vienen juntas; ya para ese entonces en toda Europa y
especialmente en Viena se vivía, un clima enrarecido con presagios de guerra.
El gran imperio se debilitaba y no sabríamos si para su fortuna o desdicha, Gustav
se vio envuelto en una guerra iniciada también, por un furtivo pistoletazo… Evadiendo
juicio y castigo, cambió condena por tropa. Se alistó y helo aquí en esta
inmunda trinchera del frente oriental, con una bayoneta al hombro: sin dormir, mal comido, peor apertrechado y aterido de
frío, esperando la orden de atacar al enemigo que a estas alturas ya no sabe si
es gabacho: balcánico, hijo de Albión, otomano o de la puta madre, que para el caso da lo
mismo y quien, desde la otra trinchera, bombardea día y noche despiadadamente.
Dos veces
salió Gustav con su batallón, dos veces regresó malherido. Finalmente, cuando una bayoneta le atravesó
el pecho, tirado en aquel sangriento lodazal,
tuvo en un instante de aliento la visión de girar con una deliciosa
criatura en un lejano baile, allá en su amada ciudad donde tan placenteramente
vivió.
CCS, febrero
2012
Ilustración: Renoir
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