15 mayo, 2011

Ella en la vitrina




Está allí, como un pez dorado solitario en una pecera. Ocupa la vitrina de escueto decorado: cortinajes y una silla. Trabaja sólo en las noches, en uno de esos sitios de mala muerte donde van hombres, también de mala muerte, a ver las mujeres desnudarse. Dice que para costearse los estudios. El principio no tenía muchos clientes, pero se corrió la voz.

Alta, delgada, pelo claro, bien parecida. Poco maquillaje, muy natural. No baila, no se cuelga de un tubo, no se contorsiona... Su rutina es muy simple: totalmente desnuda, con unos llamativos lentes y un libro en la mano da una vuelta por la vitrina, luego se sienta y lee en voz alta con la entonación debida, novelas eróticas. A veces fuma una pipa perfumada. Totalmente ajena al influjo que su voz tiene sobre quienes la observan: algunos se masturban, otros la acarician a través del vidrio, otros responden con palabras soeces a lo que van escuchando… Se hace llamar Anaïs, como la escritora. En sus comienzos no iba nadie a verla. En cambio ahora tiene su clientela fija. Ha tenido que ordenar las lecturas –cambia los lentes a medida que cambia los títulos- para que sus clientes no pierdan la ilación de los capítulos: hoy El amante de Lady Chaterly, mañana Las edades Lulú, la próxima semana Ceremonia de mujeres…y así transcurrieron cuatro años.

Ya desapareció de la vitrina. Ahora trabaja en su tesis de grado, por supuesto en un tema que bien conoce: literatura erótica francesa. Graduada comienza a dar clases en un liceo. El primer día que estuvo frente al alumnado sintió un deseo irreprimible de desnudarse.



Caracas, mayo 2011
Ilustración sacada de la web.