19 junio, 2007

Amante perfecto




Nada se sabe, todo se imagina. Fellini.
A partir de unas escasas referencias –con la asistencia del imaginario que nunca me abandona- he logrado construirte; acorde a mis necesidades, a mi gusto, a mi carácter, a mi medida. Si me es negado el placer de descubrirte al menos tengo el de inventarte. Digamos que normal y corriente: ni muy bajo, ni alto, complexión delgada, fibrosa y con la imprescindible marcada musculatura; mediana edad. Cara fina, nariz perfilada, labios finos -no por ello menos aptos para desvariados besos- y una sombra de barba cubre tu rostro. Manzana de Adán prominente. Pelo negro, con visos plateados que se pierden en la maraña de tu cabello. Ojos también negros y mirada inquisidora. Reflexivo, sensible, dado a la ponderación, sagaz y por supuesto machista.

Los sonidos de tu voz metálica -esto lo capte muy vivamente desde el primer día que la escuché- ya me son familiares: cuando me nombras, cuando ríes, cuando gimes apasionadamente, cuando murmuras a mi oído... Tus fuertes brazos y tu pecho me cobijan muy cálidos, cuando me abrazas así por detrás -amparosamente- y escondes tu cara en mi nuca, te adhieres a mí y mis nalgas -ropa de por medio- acogen tu pene... Tienes finas manos de dedos largos, ¿ será que las siento suaves porque me acarician ?

Me gusta tu pecho, en cuya vellosidad ya asoman ciertas canas. Percibo el ritmo de tu corazón cuando -después del imaginado coito- reposo sobre su batir todavía agitado; luego lentamente se va acompasando con el mío. El ombligo profundo y oculto. Tu pene no muy grande -que no lastime- a la necesaria medida de mis oquedades: boca, vagina, ano... Aquiescente a mis antojos; erguido, venoso, tumefacto, paciente a mi satisfacción, lento en su discurrir. Tus muslos y pantorrillas fibrosas, tus pies largos de delgados dedos. ¡Ah, tu espalda! ancha y lunareja. Hirsuta en respuesta a los mordisqueos que cuentan sus lunares. Las parcas nalgas protegen, ante cualquier intento de penetración, el estrecho anillo.

No he obviado ni tu olor, ni tu sabor, que permanecen por mí durante días después de haberte acogido. El primero dulzón, mezclado con un dejo de tabaco. El otro un poco salobre, un poco acerbo, se me confunde con el sabor seminal...

Saberte convierte los momentos sencillos en mágicos: el sabor de una copa de vino, la calma de una caminata, el perfume de un ramo de flores, la alegría de las mañanitas claras y soleadas, los tráfagos de un viaje, la magnificencia de una sinfonía, el escalofrío de las primeras nevadas, la sensualidad de una siesta, la exacerbación de los sentidos en las tardes de verano, la cadencia del bolero que bailo, la cháchara de la conversación con las amigos, el afán por las lecturas, al cantar Night and Day... ¡Todo se transforma con sólo ficcionarte!

Te sé para los asuntos definitorios: mis emociones, mis sentimientos, mis sensaciones. Eres tan mío como ajeno. Semejante a cuando vemos la noche colmada de estrellas; se disfrutan pero no están allí. ¡Eres el amante perfecto!


Caracas, abril 2004
Ilustración: Vettriano