28 marzo, 2007

Concerto grosso



A paso rápido y embozado pasa bajo las arcadas en la nocturna ciudad. La Serenissima descansa... No se escucha el golpeteo de los remos contra el agua ni el parloteo de los gondoleros. El joven Giacomo camina presuroso, casi invisible en la bruma que sube de los canales. Cruza un puente y otro y otro... No sin dificultad trepa el muro que lo separa de su objetivo, mejor dicho de sus objetivos, en plural…

La luz de luna le permite ver que tocó el césped en los predios del Ospedale de la Pietá. Un gran parque lo separa del edificio que se encuentra a oscuras. Apresura el paso. Un frondoso árbol lo ayuda a trepar a una ventana del segundo piso. ¡Perfecto! Sus cálculos lo sitúan en el lugar indicado. Sigiloso se escurre en la gran sala llena de camas literas... ¿Por donde comenzar? ¡Por abrir las ventanas! Despiertan las jóvenes durmientes; unas asustadas, otras no tanto. Son diez y seis hermosas huérfanas que asombradas ven al apuesto intruso elegantemente trajeado con peluca empolvada y tricornio. Sonríe y hace chist con el índice sobre los labios para indicarles calma y silencio. Las niñas obedecen. Con parsimonia las toma de la mano; dejan sus camas y forman un círculo en medio del salón. ¡Un corro feral salido de una pintura de Tintoretto! Vengo a daros una lección de música, les dice. ¿Porque ustedes estudian música, cierto? Si, tenemos una camerata. La iniciamos con el Prete rosso. El nos enseñaba pero nos abandonó; además, nunca celebró una misa pero sí muchas óperas, contestan en atropellada respuesta.

Yo me llamo Giacomo. ¿Tú cómo te llamas ? pregunta a una jovencita morena, a quien toma por la cintura. Cattarina, señor. ¿Y cual instrumento tocas ? La Viola da gamba, responde. Se dirige a otra y hace igual . Yo me llamo Margherita y toco el Corno di bassetto. Clavicemballo, dice Giusseppina. Mandolina, riposta la una. Yo el Piccolo, dice la otra sin esperar la pregunta. El intruso divertido y a manera de juego va repasando toda la orquesta. Las chicas ya se muestran más confiadas... Envía a una de ellas a la puerta para asegurarse que no habrá intromisión alguna en el dormitorio y con gesto tetral se planta en medio del círculo.

Sin capa ni sombrero, sin casaca, abre su camisa. Deslía su calzón y toma su enorme miembro con la mano. ¿Este instrumento lo conocéis? dice, al mostrarlo al coro de niñas que con ojos muy abiertos, entre sorprendidas y asustadas indican que no con las cabezas. Mejor así esta será una primera lección. Toma a una de las alumnas y la atrae hacia sí. La pone de rodillas ante él y le ordena: ¡ toca esta flauta dulce!, sin prisa. Yo te enseñaré como... La alumna sigue las instrucciones de su convincente profesor. ¡Basta, basta! por ahora. Ven tú, le dice a otra joven de grandes senos. ¡Seré yo quien acerque esas dos boquillas a mi boca! Toma los senos de la chica y chupa sus pezones con fruisión.

Luego hace entrar a otras al circulo erótico: a esta la besa, a otra toma de las nalgas, a una acaricia el pubis, a aquella lame los pezones, a esa se le esconde bajo el sayo... Una a una hace desfilar el serrallo para la lección de flauta. Con tórridas palabras recorre el pentagrama de los juegos amatorios. Indícales como hacer y como dejarse hacer.

Las jóvenes obedecen cuando les ordena acostarse nuevamente. Entonces Giacomo totalmente desnudo comienza su ronda por las literas... Primero Margherita, luego Cattarina y ahora Giusseppina. Asunta y Emilia juntas, después Lucia. A cada una llega su turno. Las muchachas –alumnas aprovechadas- siguen los pasos de su mentor. Unas se quitan las camisolas; algunas ayudan en las maniobras sexuales. Otras se satisfacen mutuamente a la espera de su turno. La noche transcurre entre atenciones apasionadas para él y para ellas. Giacomo como maestro orquestador mete su batuta en todos los instrumentos con allegro, adagio, fortissimo y gran finale. Ellas logran un concerto grosso de suspiros, quejidos, exclamaciones, risas y susurros de amor. Las campanas que llaman a los maitines ponen fin a la lección musical. Giacomo se viste y despide de sus improvisadas alumnas: ¡Mis queridas niñas, volveré para la segunda lección!

Envuelto en su capa hace el recorrido de vuelta. Il campanile retumba las campanadas del amanecer. Giacomo atraviesa la plaza sin premura. Se detiene para anotar en su cuadernillo: Giussepina, sensual; Cattarina, dispuesta; Marghuerita, un poco sosa....así va completando la lista de sus nuevas 16 pupilas. Al pie coloca la fecha: Primavera 1753...


Caracas, marzo 2007