10 enero, 2009

El pozo



Asunción tornaba de llevar el almuerzo a su marido allá en el campo, donde el hombre se deslomaba para sacar algo provechoso de la árida tierra. Acalorada, no pudo aguantar la curiosidad cuando vio el pozo de agua fresca y transparente, donde se reflejan las ramas de los árboles circundantes y un tenue rayo de sol... La hora calurosa era propicia para el refrescante baño. Increíble que nunca hubiese tomado por ese camino solitario; que nunca hubiese visto esa maravilla…

Bajó el corto terraplén que le permitía llegar a la orilla. No aguantó la tentación; colocó la canasta vacía sobre una roca. Se despojó de su camisón floreado y desnudita, de a poco, fue entrando en el pozo. La piel se le erizó como carne de gallina; que rico era chapotear en el agua fresca, que le recorriera los muslos, la cadera, los pechos. Sentía sus pies escarbar en el légamo. Tan placentera sensación la hizo canturrear. Un sapo, saltó del agua a una roca y comenzó a croar. Asunción se carcajeó; siguió canturreando y el sapo parecía responderle. De pronto, sopló una fuerte brisa. Cayeron hojas de los árboles y se esparcieron sobre la superficie del agua agitadas por un remolino. Asustada, cruzó sus brazos para contrarrestar el escalofrío y salió rápidamente hacia la orilla. No llegó a colocarse el camisón. El sapo se le puso enfrente. Comenzó a croar durísimo y a inflarse. Un sopor invadió el ambiente... Lo único que se escuchaba era el croar de la bestia que crecía y crecía. El sapo transformándose hasta adquirir conformación humana se le abalanzó. Los gritos de Asunción no se escuchaban, no por que no los emitiera fuerte, sino porque ella misma no se oía. Sólo cuando estuvo saciado, el hombre-batracio la dejó allí tirada: extenuada, lastimada, aterrorizada, como para no verlo evaporarse.

Cuando finalmente llorosa logra ponerse el camisón y sus chanclas; recoge su canasta. Sube por el terraplén y ve una tabla clavada a un árbol, que a manera de cartel y en letras mal definidas señala: Pozo del hechicero.


Caracas, enero 2009